Alix en Babilonia
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Alix, Jacques Martin, La torre de Babel
Hasta en tres ocasiones he escrito en las últimas semanas sobre la torre de Babel. La primera fue en mi reseña de Metrópolis, el entusiasta elogio de la urbe de Ben Wilson, que tanto he celebrado frente a esa eclosión del sempiterno ruralismo, renovado con la idea de la España vaciada. En sus páginas, Wilson me ha hecho ver el ruralismo de la Biblia, en la que se condena abiertamente a tantas ciudades -Babilonia, Sodoma, Gomorra...- y se nos recuerda que Dios creó al hombre y a la mujer para que se reprodujeran y desperdigasen por todo el mundo, que no para que se agrupasen en ciudades, que siempre son cenáculos del pecado y la blasfemia.
Hoy mismo he publicado una pieza, sobre la llegada de Eliseo Reclus a Aspinwall, en la que me detenía en cómo la mezcolanza de idiomas, que encontró el geógrafo al tomar tierra en el istmo de Panamá, debió de parecerle esa confusión de las lenguas con la que Yahveh maldijo a los hombres por querer alzar la Torre de Babel hasta el cielo.
Finalmente, vengo a dar noticia en estas líneas de la lectura de La Torre de Babel (1981), la décimo sexta aventura de Alix y la que más he deseado leer, de las escritas y dibujadas por Martin, de la serie original propiamente dicha. Su primera traducción española data de 2010 y fue dada a la estampa en enero de 2011 por NetCon2 en una edición numerada de un millar de ejemplares. Merced a la gestión de la Biblioteca Ángel González, de mi barrio, y al préstamo de la Biblioteca Municipal de Tres Cantos, he tenido oportunidad de leer el ejemplar 401. Quiero dejar aquí constancia de mi agradecimiento.
Tras una experiencia azarosa y dilatada, cuyo principio se remonta a los años ochenta, cuando me compré la edición de Norma de El príncipe del Nilo (1973) y me supo a poco -ignorando aún lo estrechamente ligado a Tintín que está Alix-, ya andando los años 10 de este siglo sólo me faltaba La torre de Babel para tener todas las aventuras del joven galo, amigo de Julio César y nacionalizado romano. Durante un tiempo, esperé que NetCom2 la reeditase, como fue el caso de La tiara de Oribal (1958), entrega a la que está tan estrechamente ligada La Torre... No ha sido así y he tenido que conformarme con leer el álbum -nunca mejor dicho- de prestado.
A medida que voy descubriendo la obra de Martin, dada su variedad y su vastedad, se me antoja que fue él quien tuvo una personalidad más acusada de los grandes discípulos de Hergé. Pero, así como Arno o Jhen son totalmente ajenos a Tintín, Alix se muestra influenciado por el infatigable reportero de Le Petit Vingtième, no sólo en el respeto de las costumbres de los pueblos que visitan y en su afán de justicia, también en los procedimientos que desencadenan la aventura. Como Tintín y el capitán Haddock acuden en ayuda del emir Ben Kalish Ezab en Stock de Coque (1958), iniciando así la historia, Alix y Enak arriban a Jerusalén para encontrarse con Hiram Khal. Es éste un enviado de Oribal que les pone al corriente de la situación en Zur-Bakal, supuesto trasunto de Persépolis, la capital del imperio persa en la época aqueménida. Allí, Oribal, guiado por sus consejeros griegos, ha llevado al país a la helenización y a la tiranía. Total, que los sacerdotes han organizado una revuelta contra Oribal y éste, se ha visto obligado a esconderse y a pedir ayuda a su amigo Alix. Como el emir Ben Kalish Ezab, ya digo.
Lo que si es genuino de Martin son las chicas. Recuerdo especialmente a la Lidia Octavia de La tumba etrusca (1968), la Malua de Las víctimas del volcán (1978) -La cólera del volcán, en mi edición de Norma de 1983-, quien, además de ser la primera con desnudo incluido, parece ser un verdadero amor de Alix; tampoco olvido a la Sabina de El hijo de Espartaco (1974)... En La torre de Babel la chica es Marah, una aprendiz de hechicera que tiene motivos para enamorarse de Alix: el galo la salva de la esclavitud a la que la quieren someter los compañeros de la caravana a la que se han unido nuestros amigos.
Salen de Jerusalén con destino a Babilonia, Babel en el Génesis. Una vez allí, la famosa torre sigue en pie, como la puerta de Ishtar. Pero la ciudad, que fuera una de las maravillas del mundo antiguo, conoció épocas mejores. De hecho, la construcción con la que los hombres quisieron alcanzar el cielo, está completamente vacía y desolada.
El didactismo de Martin evita la fantasía excesiva. En lugar de caer en un anacronismo, o de inventarse cualquier prodigio -de insertarlo en la historia con talento hubiera valido cualquier cosa: una civilización perdida, una máquina del tiempo, un flashback como aquel de la página 18, en el que nos refiere la batalla de Gaugamela (331 a. e.c.)...-, pero, estando como estamos en el siglo I a. e. c., el tiempo de Julio César, trescientos años después de la batalla que enfrentó a Alejandro Magno con Darío III, comenta Hiram al iniciar el relato que da pie a la analepsis referida. De haber quedado para entonces algo de la mítica torre en pie, bien podría haber sido esa construcción desolada que se nos muestra.
Ese mismo afán de evitar el anacronismo habría de inspirar a nuestro historietista la conjuración de los descendientes de los troyanos de El caballo de Troya (1988), la última aventura de Alix debida íntegramente a Jacques Martin y no publicada por entregas, con anterioridad, en la revista Tintín.
Pero estamos con La torre de Babel. Es allí, en lo que queda de ella, donde la historia se explica. Adrocles, el hermano de Arbacés, el griego antagonista de nuestro héroe en sus primeras aventuras -quien muere en La tiara de Oribal-, se ha enterado de que Alix ha sido llamado por los partidarios del helenizante. De modo que ha ido a su encuentro en Babilonia para advertirle de que, si prosigue su camino a Zur-Bakal, le darán muerte. Naturalmente, Alix está dispuesto a ignorar la advertencia. Así las cosas, en la segunda cita en la Torre, le dejan la cabeza de Oribal envuelta en un trapo.
Puede que La torre de Babel me haya gustado más por la forma que por el fondo. Sin que ello signifique menoscabo alguno, como en todas las historietas publicadas por entregas antes de llegar a las librerías, percibo cierta dispersión en diferentes historias -la de Marah, la del asalto por parte de los bandidos en el pueblo del desierto, la del hombre de negro que les sigue desde el principio- que van en contra de la homogeneidad del conjunto.
Sin embargo, el dibujo, a mi juicio, es perfecto. Hace algunos años, leí en un blog dedicado a Alix acerca de los distintos dibujos con los que el gran Martin representó a su personaje. Particularmente, me quedo con este de los últimos álbumes. Sin ir más lejos, aquí el dibujo difiere mucho del de La tiara... que a su vez era muy distinto del de Alix el intrépido (1956), la primera entrega.
Un último apunte, me hubiera gustado que, por algún tipo de prodigio, como los que hacen reaparecer una y otra vez a Olrik, el antagonista de Blake y Mortimer, en lugar de Adrocles fuese Arbacés quien aguardase a Alix y a Enak en la Torre de Babel. Pocos villanos son tan entrañables como los de la Línea Clara y siempre es una satisfacción volver a verlos. No hay duda, ha merecido la pena esperar tan largos años para dar cuenta de esta décimo sexta aventura de Alix el intrépido.
Publicado el 18 de agosto de 2022 a las 04:45.